Quedan trozos de pizza del día de ayer y nuestra ropa está
esparcida por el suelo; los muros de esta habitación han sido testigos de toda
nuestra historia, de cómo nos hemos armado de valor dejando atrás cualquier
otra cosa que no fuese tú o yo; que hemos decidido que la vida es más bonita si
miramos a la luna tumbados el uno junto al otro y que, deseamos más que nada,
alargar esta noche y que, aunque sea solo hoy, nunca salga el sol.
Desearía haberme quedado junto a ti toda mi vida, no haberme
despertado de ese sueño, porque sin ti, no soy yo; porque sin tu mirada, mis
ojos no ven nada; porque sin tu voz, mis oídos no escuchan más que truenos y
porque sin tus manos, no consigo guiarme por mí misma a lo largo de mi cuerpo.
Encontré en ti mi refugio, mi lugar, mi meta: eso que llevo
buscando toda la vida; eso que pensé que nunca iba a encontrar, y es que
apareciste cuando más lo necesitaba, cuando estaba a punto de rendirme, cuando
pensaba que nadie en el mundo estaba hecho para mí.
Pero ahora te has ido, no sé dónde estás, te has difuminado,
como un tren que sale de la estación sin previo aviso, dejando solo una
humareda como recuerdo; te has ido como esa tormenta que solo se mantiene en
dos pequeñas gotas que siguen intactas en mis gafas. Has sido como un disparo,
siendo rápido y directo, dejando una consecuencia y un dolor incontrolable e
inevitable. Esta vez me han disparado y ha ido directo al corazón.
A ti también te han disparado, pero has sabido huir a
tiempo.
C.-